Al sentir y escuchar el río de la vida,
mi cuerpo se vuelve uno fluyendo
al compás de su ritmo natural.
Abrazo el palpitar del agua
dejándola irse, traspasarme,
recorrerme invisible y pura,
inocente, hasta llenarme de ella,
saciando mi sed con la frescura
de su manantial sereno.
El río de la vida fluye:
su música conmueve al aire.